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Mirando a la gente mirar

El Oriental Institute (OI, Instituto Oriental) de la Universidad de Chicago fue fundado en el año 1919 como institución centrada en el estudio de las culturas de Oriente Medio en la antigüedad. Su colección comprende más de 350.000 objetos con los que pretende preservar, facilitar la investigación y educar”. Esta es la información del primer cartel que los visitantes leen al entrar al museo. No me sorprende que esté grabado a fuego en mi mente porque debo haberlo leído cientos de veces.

Hace unos meses, mientras trataba de descubrir todos los museos de Chicago, visité el Oriental Institute por primera vez. Por aquel entonces, el OI era uno de los primeros en reabrir sus puertas. Pese a las mascarillas, medidas de distanciamiento social y límite de tiempo me alegró muchísimo volver a pisar físicamente un museo. Puede que esta alegría fuera la que animó a, tras mi visita, acercarme a preguntar “¿tenéis alguna vacante?”.

Afortunadamente tenían. Y tras unos cuantos correos, entrevistas y sesiones de formación me puse mi uniforme y comencé mi trabajo como asistente de galería. Mi responsabilidad principal es asegurar el confort y la seguridad de los visitantes.

Actualmente, esto a veces se traduce en recordar reglas sobre la Covid-19. “Perdone, ¿puede por favor ajustarse la mascarilla?” es una frase que repito mil veces cada día. Pero en general, mis turnos los dedico a contestar preguntas, leer carteles cuando las galerías se vacían, y simplemente observar a la gente mientras interactúan con la colección. Me sigue sorprendiendo cuánto he aprendido simplemente haciendo esto último.

Cuando comencé en el Oriental Institute esperaba ver ciertos comportamientos. Al fin y al cabo, había ido a muchos museos e interactuando con guardias y asistentes de galería en el pasado. Pero, aunque me preguntan por el baño, la contraseña del Wifi, la salida, horarios o políticas Covid-19, esto no es lo más común. La gran parte de los visitantes muestran curiosidad por los objetos expuestos. A veces, estos encuentros se convierten en anécdotas graciosas. Por ejemplo, recuerdo al joven que me preguntó si podía explicarle toda la exposición de Mesopotamia porque “ya no quería leer más. 

O el estudiante que quiso argumentarme que las tablillas con escritura cuneiforme no podían ser traducidas porque “¿cómo lo pueden comprender siendo tan antiguo?”.

Sin embargo, una pregunta que nunca falta es “¿es un original?”. No importa de qué objeto se trate. Tanto las momias en la sala egipcia, la cerámica en Mesopotamia o el toro gigante de Persia han visto cuestionada su autenticidad. Tampoco parece ser relevante el perfil del visitante. Desde adolescentes a jubiladas, todos quieren saber si están delante de algo real.

 

La pregunta en sí no me sorprende mucho. Visitando museos en Illinois he sido capaz de ver varias reproducciones a tamaño real de objetos y escenarios históricos. El Museo de Abraham Lincoln en Springfield cuenta con una replica de la Casa Blanca y el Museo de Historia de Chicago con un club de jazz. Por tanto, no es raro que los visitantes se cuestionen si el gigantesco lamassu* que tienen delante es o no real.

 

Sin embargo, lo que me desconcertaba en un inicio era la reacción a mi respuesta. “Efectivamente” -respondo siempre- “los objetos del museo son originales salvo algunos yesos de otro color que están marcados como copias”. Al escuchar esto, los visitantes normalmente quedan fascinados al considerar la edad de los objetos que tienen delante. Algunos incluso murmuran alguna variación de la frase “qué listos eran nuestros ancestros”. Pero, y aquí mi sorpresa, las copias también tienen reacciones positivas. Los yesos son observados y fotografiados. El hecho de que no sean “reales” no parece importar. La autenticidad no parece ser necesaria para disfrutar la experiencia.

Estas cuestiones sobre originalidad y las expectativas del visitante son mucho más complejas que lo que yo puedo lograr comprender en unos meses. Pero ahora vuelven a estar presentes en mi mente después de esta experiencia. He disfrutado de mi trabajo como asistente de galería y ahora que mis días en Chicago están llegando a su fin sé que me apenará dejarlo.

Me voy con la esperanza de que mi trabajo en el OI haya ayudado a los visitantes a disfrutar y volver a habitar el espacio físico de un museo.Me gustaría dar las gracias a mis compañeros y especialmente a Miguel por posar conmigo en las fotos. También quiero dedicar una mención especial a mi jefe Vick Cruz, director de atención al visitante y seguridad, por sacar las maravillosas fotografías que acompañan al artículo.

*lamassu: Figura con cuerpo de toro, torso humano y alado

 

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