Más allá de uno mismo
José Luis se atrevía con todo lo que sugiere el silencio que no acomoda, sino que interpela. Fruto de aquellos días es este relato. Aquí va
Existe un lugar entre el Escorial y Guadarrama que difícilmente pasa inadvertido a los ojos de la gente. Un espacio marcado por tabúes y mistificaciones que siguen hasta nuestros días. Hablo del Valle de los Caídos, un monumento erigido en 1958 con el principal objetivo de unificar bajo el símbolo de la cristiandad a una España que había quedado dividida por la guerra.
Objeto de controversia y confrontación política en los últimos años, pareciera que se ha olvidado su razón de ser primera, la espiritual. Y es ahí donde me quiero centrar. En estas lineas voy a contar mi experiencia conviviendo con los monjes de la Orden Benedictina que allí habitan.
En invierno, entre semana, sin turistas.
Llegué un lunes 12 de Diciembre, rodeado por un silencio y una niebla casi perennes en esas latitudes. No pude evitar hacer alguna foto en los alrededores antes de mi encuentro con el fraile hospedero en la abadía.
Después de realizar un breve tour por las distintas estancias, me instalé en mi habitación con la extraña sensación de haber viajado varios siglos atrás en el tiempo. Y es que la arquitectura del lugar junto a la onírica atmósfera que allí se respiraba me transportaban a una época medieval.
Me pusieron al día de los horarios y rutinas que seguían para poder participar de aquellas que quisiera. Básicamente estas se componían de los rezos en la capilla acompañados del mítico canto gregoriano, la misa litúrgica abierta al público y los recreos donde poder conversar. Además de esto, también dedican buena parte del día al estudio de disciplinas intelectuales tales como la filosofía y la música.
Durante la tarde pude conocer al prior del Valle así como a otros de los monjes que allí conviven, entre ellos , un joven de 23 años que junto con el hermano hospedero, son con los que más trato tuve.
Me suscitaba gran curiosidad el poder conocer de cerca la forma que tiene un monje de entender la vida en pleno siglo XXI. Y es que desde el principio siempre tuve una pregunta rondándome la cabeza: ¿qué le conduce a un hombre a apartarse de la sociedad para llevar una vida de de clausura? Sobre todo en una época donde los lujos y comodidades están a la orden del día.
Me explicaba que el principio de “Ora et labora” junto con el de la austeridad son una parte fundamental de la Orden Benedictina, y que pese a vivir de ese modo, se sentían muy libres; una libertad que no depende de bienes materiales. Esto me hacía reflexionar sobre el concepto de cárcel y cómo los barrotes muchas veces no son físicos sino mentales.
Hablamos de diversos temas tales como la situación política y social actual, las artes o la historia, pero sobre todo hablamos de espiritualidad, que de alguna manera es lo que subyace a todo lo demás. La espiritualidad entendida como todo aquello que hace referencia al espíritu y se sale del marco de lo puramente racional.
Nunca es fácil abordar un tema tan abstracto y personal como este. Por añadidura estaban las diferencias que pudiéramos tener respecto a la forma de experimentar la espiritualidad, pero si que coincidíamos en ciertos puntos muy relevantes.
Materia y espíritu
La conversación giraba en torno a la lucha eterna entre el mundo de la materia que estaría representado por la serpiente, y el mundo espiritual representado por el hombre y su voluntad. Una lucha que se empieza librando dentro de uno mismo y que tiene su eco en el mundo exterior.
También comentábamos la situación espiritual de la sociedad actual, y del predominante estado de embriaguez materialista en la que está sumida, quedando alejada de toda conexión con lo divino en cualquiera de sus representaciones.
Pensamos que era necesario trabajar el desapego para trascender la materia. Vivir con los pies en la tierra pero con visión sobrenatural, como receta para tomar las riendas de tu propia existencia. Y es que el camino espiritual es una senda vital que cada uno recorre en soledad con sus luces y sombras.
Más allá de los ruidos de la mente y de los constantes estímulos a los que estamos sometidos existe un espacio dentro de cada ser humano despojado de toda capa de superficialidad esperando a ser descubierto.
Quería terminar dando las gracias a la Asociación Patrimonio para Jóvenes por brindarme esta oportunidad así como a los monjes por su hospitalidad y atención. Ha sido una muy grata experiencia de aprendizaje y crecimiento personal que nunca olvidaré.